miércoles, 21 de octubre de 2009

Juego Peligroso: capitulo 4

CAPITULO 4:


Pasaron los días y Matt no me dirigió una sola mirada, y aún menos una palabra. Yo ya estaba cansada de intentarlo todo, así que me decidí por pasar de él como él hacia conmigo y olvidarle. Pero cada vez me resultaba mas difícil porque cada día me gustaba más. Amy seguía desaparecida porque ya no se venía con nosotros. Es más: ahora ella también estaba siguiendo a Matt como si la fuese a hacer caso. Tal vez por eso ahora nos llevábamos tan mal. Lo que pasa es que él también pasaba de Amy, lo cual era un alivio para mí.
Uno de esos días me quedé estudiando hasta tarde en la biblioteca del instituto porque al día siguiente tenia examen de Historia. La verdad es que no me dí cuenta y se me hizo de noche, algo que no me gustó cuando me acordé de que el coche estaba averiado y tenía que ir andando. Las calles de Los Ángeles eran peligrosas, y mas aún por la noche. Todo estaba lleno de ladrones, mendigos y vagabundos. Vi que alguien me seguía, e intenté hacer un atajo por un callejón por el que pasaba de pequeña para adelantar, pero tenía un problema: no tenía salida, ya que la habían tapiado. Me decidí a girar cuando me encontré con el hombre que me había estado siguiendo. Este tenía una sonrisa de superación que lo decía todo: me había conducido hasta ese callejón como un pastor que conduce a su rebaño. Ahora sí que estaba perdida, y dentro de poco me podían dar por muerta. No había escapatoria, así que me preparé para lo peor. Me apoyé en la pared, me senté en el suelo y cerré los ojos llorando hasta que llegase lo peor. Pero en aquel momento no ocurrió nada. Espere y espere y no sentí nada. De repente oí un golpe, como si hubiesen estampado a alguien contra la pared. Abrí los ojos y vi a un chico levantando al hombre y pegándole un puñetazo del que estoy segura que le rompió la nariz. De repente, ese chico se acercó y me empezó a decir algo que no pude entender.
-¿Estás bien?¿Te ha hecho algo?¡Vámonos de aquí!
Pero yo no podía moverme. Estaba completamente paralizada por el miedo, por lo que él me cogió en brazos y me llevó rápidamente hasta su coche. Estaba temblando, así que antes de arrancar el motor se quitó su chaqueta y me la puso por encima. La verdad es que su cara me sonaba, pero no podía distinguirle con los ojos llorosos.
Un rato después llegamos a una casa, el chico paró el coche y me sacó de allí casi en volandas, como si fuese una pluma. Lo último que recuerdo haber oído es:
-Tranquila. Ya hemos llegado a casa. Ya estás a salvo.
Y después me dormí.

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