martes, 22 de diciembre de 2009

Juego Peligroso Capitulo 11:

CAPITULO 11:

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.

Lo único bueno de todos los recuerdos que me quedaban al día siguiente de aquella larga tarde en ese oscuro callejón de Los Ángeles fue que por lo menos parte de mi sueño no se había cumplido, ya que Matt no me llevó a su casa ni me dió bollos de chocolate y nata y, por lo tanto, no los vomité a la mañana siguiente. Cuando me dieron por fin el alta, vino Michelle a recogerme para llevarme a casa mientras intentábamos hablar de algo que no tuviese que ver con ese trágico accidente del día anterior.

Llegamos a casa y esperó en mi habitación mientras yo me daba una ducha y me quitaba los restos de sangre seca que habían quedado en mi cuerpo. Cuando salí de la ducha me cogí mi albornoz y me empecé a secar el pelo frente al espejo. Ya no era la misma, para nada. Mi cara estaba pálida, y aparentaba mas años de los que en realidad tenía. También tenia unas grandes ojeras color violeta, debido al hecho de que había dormido fatal. Y también había cambiado por dentro. Ya no tenia el mismo carácter que tenía antes de aquel horrible sueño. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, y eso me asustó en gran parte. Nunca había sido una chica luchadora, sino conformista. Y hasta ese momento, no me había dado cuenta del cambio que se había operado en mí. Pero hubo un detalle que me impactó y me asustó aún más que mis cambios menos visibles. Me había notado unas pequeñas incisiones en la yugular, así que me acerqué más a mirar si era cierto o solo un producto de mi imaginación. Por desgracia, era real. Me miré horrorizada otra vez el cuello. Esto no me podía estar pasando a mí. No era posible. Pero aquel ser extraño del callejón sí que había resultado ser un vampiro, y había llegado a morderme. Lo comprobé una y otra vez, y por mucho que me dijese que solo era mi imaginación y cerrase los ojos, cuando los volvía a abrir las cicatrices todavía seguían allí.

A partir de ahí perdí el rumbo completamente. No sabía que hacer ni que me podía pasar, pero algo bueno no era. No sabía en lo que me iba a convertir, si es que me iba a convertir en algo, no tenía ni idea. Ni tampoco sabia si esto podía poner en peligro a mis amigos y familia. O si yo era el peligro. Tanto leer y saber sobre vampiros y ahora no me estaba sirviendo de nada. Me tapé con el pelo la cicatriz para que Michelle no la viese ni se asustase, y cuando terminé de secarme el pelo salí del cuarto de baño hacia mi habitación. Cuando le pude demostrar a mi amiga que podía apañarmelas solo con un brazo y que no necesitaba su ayuda ella se fue corriendo al instituto, ya que se había saltado dos clases para acompañarme a casa y el instituto iba a llamar a sus padres como faltase a otra clase más.

Me vestí con una lentitud extrema. No tenía ganas de nada, y mucho menos fuerza. Me puse un pantalón pitillo de cuero negro, con costuras rojas, una camiseta roja de terciopelo y de tirantes y encima otra transparente de manga corta. Por ultimo, busque el único pañuelo negro que tenia para ponérmelo en el cuello y que no se me viesen las dos pequeñas incisiones causadas por el mordisco del vampiro. Debía estar preparada por si llegaba mi padre a casa para que no me viese las cicatrices y no se asustase. Mientras, buscaba una explicación razonable a lo que aconteció la noche pasada. Pero por mucho que la busqué no la encontré por que no existían explicaciones a eso. Me puse en mi cadena de música un disco de Metallica, con el fin de que me relajase un poco y me tumbé en la cama, a la espera de que llegase la hora que Matt me recogiera.

Matt.

Tenía tantas ganas de verle, de recorrerle desde los pies a la cabeza con mi mirada, de tocarle. De verle sonreír. De decirle “te amo” y de besarle en los labios, y de no separarme jamás de él. Pero la vida no era así. Él no era mío y nunca lo sería. Estaba segura de que no era para mí. Pero es que...esa mirada suya que me helaba la sangre y me paraba el corazón...es como si cuando estuviese con él nada más importase, como si él fuese mi vida, por que en realidad lo era. Ya no podía vivir sin él. Y Matt lo sabía. Fuese lo que fuese el también sentía esa necesidad de estar conmigo, de salvarme, de ayudarme...ese magnetismo que existía entre los dos, sin llegar a prender la misma mecha que hacía que mi corazón estuviese ardiendo de amor y de pasión por él. Mi corazón solo latía porque el existía. Cuando le conocí sentí que mi vida hubiese cobrado sentido entonces, como si de repente supiese para que sirve vivir. Y raramente a él le pasaba lo mismo, pero sin expresar ese amor que había dentro de mi y que me quemaba por dentro. Seguí reflexionando sobre ese tema un rato más, y a la hora me puse a hacer la comida. El día anterior no había cenado y tampoco había tenido el estómago como para aguantar por la mañana el desayuno que me había traído la enfermera. Saqué de la nevera carne picada y de uno de los cajones un paquete de espagueti y unos cuantos tomates. Comí bastante despacio debido a las escasas fuerzas que tenía. Ni siquiera quería hablar, no hasta que ya estuviese con Matt. Al terminar los espagueti, recogí los platos y los dejé en el fregadero, tiré la basura al triturador y me cogí una de las natillas que había preparado hacia dos días que estaba en una encimera. Terminé y lavé los platos sin prisa, y después me puse a ver la tele hasta que llegó la hora de coger mis cosas para irme a casa de Matt.

Por fin terminó la larga espera y con ella mi zapping de cadenas televisivas. Tenia muchas ganas de contarle todo y que me explicase lo que pasaba, pero aún mas ganas de verle.



0 comentarios:

Publicar un comentario